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  • Publicado por Consultorio de Diagnóstico y Tratamiento Infantil

Cuando un recién nacido aparece en la familia, el primer impulso del hermano mayor, a imitación de sus padres, consiste en quererle. Es entonces cuando el niño se siente en peligro pues, para él, amar se confunde todavía con “ser como”. Querer al recién nacido implica volverse como él: incapaz de caminar, privado de lenguaje, comerse a su madre… De ese modo, el mayor es obligado a regresar a comportamientos y a una imagen corporal que le resultan extraños y amenazadores para su integridad. Con el fin de acercarse a su hermanito, volverá a hacerse pipí de noche o durante el día, a hablar como un bebé, a recurrir al biberón y a perder la autonomía que había conquistado. Es importante no desvalorizar tales conductas (lo que supondría sumar agravios a las desdichas que ya sufre el primogénito) y comprender hasta qué punto constituyen una manera de buscar la relación con su hermano menor.

Con objeto de luchar contra ese peligro de regresión, el mayor recurre a una primera defensa: evitar al bebé, fingir que no existe. Para lograrlo, puede llegar a desarrollar estado de indiferencia y de insensibilidad que podrían de preocupar a quienes le rodean. Por lo general logra superar ese mal trance cuando rechaza activamente al nuevo bebé manifestando agresividad, que los padres interpretan como celos.

Así pues, que el niño se vuelva agresivo es una buena señal. Cuando declara que el bebé es insoportable, feo, tonto, cuando reprocha a sus padres haberlo traído al mundo, ¡Hay que pensar que va por buen camino! Esa violencia es absolutamente normal, y está bien que se exprese. De ningún modo se debe castigar al mayor por sus palabras, ni tratar de convencerlo de que quiere más a su hermanito o hermanita de lo que cree. Es necesario escucharlo con atención. Cuanto más intensos son esos sentimientos, en mayor grado permite la constitución de una fuerte personalidad. Es aconsejable no reprimirlos ni culpabilizar al niño por expresarlos. Basta con dejarle hacer su propio trabajo para elaborar y “digerir” por sí mismo la situación.

Para evitar al hijo mayor las situaciones de regresión, habrá que animarle a desarrollarse a su ritmo y a su modo, sin recurrir a pedirle que se ocupe del bebé. Es bueno que realice actividades propias de su nivel y que, en caso necesario, se le preste apoyo para ello (que lleve a cabo actividades con sus padre, así como con niños de su edad).

Cuándo los padres se proponen adoptar los sentimientos del hijo mayor diciéndole frases como: “es verdad que este pequeño es desagradable, llora sin para y ni siquiera sabe jugar”, es común que el niño empiece a defender a su hermanito. La razón es que al hijo mayor le embargan sentimientos encontrados, a un tiempo de amor y de odio. Si se le permite “abrir las compuertas” de lo que interpretamos como celos, saldrá por sí mismo de ese trance delicado y podrá establecer una relación de amor con el bebé recién llegado, a imagen de los adultos que le rodean,

La conquista del primogénito consiste en poder querer a alguien sin verse inclinado a actuar, pensar y ser como él. Sin esta diferenciación, resulta imposible aceptar que otro piensa de manera distinta a la de uno mismo sin sentirse en peligro, puesto en tela de juicio en su ser; es imposible asimismo permitirse pensar de modo distinto a otro, salvo si se entra en conflicto con él. Sin esta distinción entre “querer” y “ser como”, no puede existir ni cooperación ni relaciones sociales. La conquista de la libertad individual se llevará a cabo progresivamente (y no siempre por completo como sabemos).

La infancia es la etapa en la que se ponen las bases para el resto de la vida.

Una intervención a tiempo puede hacer la diferencia.

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